Por si tus emociones te hacen sufrir (y quieres dejar de hacerlo).

Tiempo de lectura: 4 minutos

Mi vida cambió el día en que comprendí esto.

Quizás te reconozcas en lo que te voy a contar.

Todo lo que haces y vives, lo sientes con intensidad. Cuando las cosas salen bien, te llenas de alegría y es una sensación maravillosa. Sientes la plenitud, felicidad estallando en tu pecho y la vida cobra sentido a tu alrededor.

Pero cuando pasa ese momento y te quedas a solas y sin distracciones, te asalta la duda.

¿Cuándo se va a terminar esta alegría?

Puede que pienses que las cosas buenas no duran para siempre, así que ya estás pendiente de lo malo por venir.

Lo cierto es que sabes que, como siempre ocurre, esta exaltación pasará. Y a ti no te apetece que se vaya. Pero,  sobre todo, lo que no quieres es que lleguen otro tipo de emociones. Las que te pinchan el alma.

La tristeza, la ira, el miedo.

Porque estas también las sientes con intensidad, y duelen.

La tristeza es un agujero en tu pecho, la ira te hace arder las entrañas y el miedo te paraliza, te tensa y te esclaviza. No las quieres, no quieres sufrir. Te asusta el momento en que estas aparezcan.

Te resulta inevitable experimentarlas con frecuencia e intensidad, y parece casi una maldición.

¿Y si te dijera que, en realidad, has recibido el mayor de los regalos?

Piénsalo un momento.

¿Qué es una emoción? Es un motor que genera energía y te mueve. Puedes distinguirlas entre ellas, porque el impulso que te producen es diferente y te empuja hacia cosas distintas.

Cuando estás triste lloras, te apartas del ruido y te recluyes. Te duele porque no quieres que lo que te apena ocurra de nuevo. Tu cabeza le da vueltas al asunto, intentando encontrar la manera de resolverlo. Decides hacer lo que haga falta para no sentirte así de nuevo. Imagina que estás triste porque alguien te ha decepcionado. Rodearte de gente que te decepciona no es muy buena idea, poco te ayuda a prosperar en la vida. Cambiar eso es cambiar lo que no te hace bien, para vivir mejor.

Cuando te enfadas es porque te parece que alguien ha intentado sobrepasar tus límites, te sientes vulnerado. Y no vas a dejar que nada ni nadie te amenace. Vas a aplastarlos y a romperlo todo para eliminar el peligro, y que a nadie más se le ocurra intentarlo. Te salvas la vida.

El miedo. Que denso, que desagradable. Si no puedes vencer lo que te amenaza, lo mejor es huir. Debes protegerte de aquello que podría acabar contigo, porque tu instinto más básico como ser vivo es sobrevivir. Sientes un miedo atroz, así que sales corriendo. Escapas porque eso te mantiene con vida. Eres descendiente de todos los que huyeron y se salvaron.

¿Entiendes la función de estas emociones?

Su tarea es ser horribles, y cuanto más desagradables, más útiles. Porque aparecen ante las cosas de la vida que no te ayudan a vivir, y se quedarán ahí, molestando, hasta que cambias lo que no te hace bien.

Te están hablando, indicándote el camino.

Y entonces vuelve a surgir la alegría. Se siente taaaan bien, tan a gusto. Aparece cuando te rodeas de gente que te hace sentir parte de algo, cuando logras una meta. Cuando comes, cuando besas. Cuando experimentas cualquier cosa que te ayuda a vivir mejor. Y como quieres seguir sintiéndote así, vas a hacer todo lo posible para mantener cerca de aquello que ha despertado en ti ese gozo.

¿Ves a lo que me refiero?

Que sean agradables o desagradables, no significa que sean buenas o malas. Es solo un mecanismo fisiológico que usa tu sensación para moverte en la dirección adecuada en cada momento.

Ciertamente es una idea muy original, tremendamente útil y eficaz para mantenernos con vida.

Tu problema surge porque has estado viendo tus emociones como un castigo o una recompensa. Si dejas a cargo a tus instintos, vas a creer que tus emociones son un fin en sí mismas, y no es así. Su función es devolvernos al balance cuando hemos perdido el equilibrio.

La paz profunda y duradera no se encuentra en la exaltación de los extremos, sino en la calma del centro.

Y si quieres dejar de sufrirlas, tienes que reconocerlas como lo que son.

Cuando aparezcan, ni las rechaces ni te enganches a ellas. Úsalas a tu favor, con toda su intensidad. Están a tu servicio. Escucha lo que tienen que decirte, y entonces usa la razón para ser tú quién tome las riendas de tu voluntad, y dirígete adecuadamente en este mundo caótico y complejo. Haz caso a su mensaje, pero inteligentemente, no impulsivamente.

“Tú eliges ser una balsa de paja dando tumbos en la tormenta, o el galeón que usa la fuerza del viento para hinchar sus velas y dirigirse con firmeza hacia su siguiente destino, navegando, casi surfeando, el mar embravecido.”

Tu sufrimiento viene de pelearte con lo que sientes. Porque lo haces intensamente, y crees que hay algo malo en ello. Quieres dejar de sentir, o no dejar de hacerlo.

Tus metas deben ser más ambiciosas. Acepta el dolor y agradécelo, porque es una herramienta a tu servicio. Sácale todo su provecho y luego déjalo ir. Si das los pasos adecuados la tormenta amainará, ya ha cumplido con su cometido. Y luego volverá, ya lo sabes. Pero está bien, así es como debe ser.

El dolor te ayuda, no te puede herir permanentemente, solo es una sensación. Pero el sufrimiento, que es pelearte con lo que no aceptas y querer cambiar lo que no está en tu mano, lo eliges tú.

Tu no puedes escoger sentir tristeza. Lo que sí puedes hacer es escuchar el mensaje que te trae, determinar la manera más favorable de emplearlo, y permitir que se marche por donde ha venido.

Eres un ser diseñado a la perfección. ¿Quiénes somos nosotros, hormiguitas en la complejidad del universo, para dudar de ello?

Toma lo que tienes y hazlo tuyo.

No lo hagas porque lo digo yo. Piénsalo. Haz las paces contigo mismo, vive usando tu razón y tus herramientas a tu favor.

Y estarás un paso más cerca de la paz que anhelas.

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