¿Te reconoces en esto?

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Das vueltas en la cama a las tanta de la madrugada, entre las sábanas arrugadas, deseando desesperadamente que tu mente se apague y te dé una tregua, y sentir que puedes dejar de luchar.

Anhelas un momento de calma.

No es solo que sientas constantemente la agotadora obligación de hacer ciertas “cosas” para intentar mantenerte a salvo de los miedos que asaltan tu mente. O que tengas que estar atento al pie con el que sales de casa, y no pisar las alcantarillas y las líneas de las baldosas, para asegurarte de que todo vayan bien.

Entonces, llega la noche.

Ya has alargado demasiado el momento de acostarte, distrayéndote como puedes de los miedos obsesivos que se pegan a tu atención. Te metes en la cama, y ahí, en la oscuridad y el silencio, te encuentras cara a cara con tus pensamientos.

Te gustaría dormirte disfrutando de las maravillas que puede ofrecerte tu imaginación. Porque tu mente es potente y capaz de todo, lo sabes.

Pero, por algún motivo, esta ha decidido volverse en tu contra, y mostrarte sin cesar todas esas ideas que te angustian, torturándote y obligándote a luchar para mantenerlas a raya.

Te enfadas contigo mismo, porque sabes que es tu propia cabeza la que te hace esto. Quieres golpearla, meterte dentro y obligarla a que se calle. Te odias a ti mismo por algo que ni siquiera has elegido.

Le gritas a la almohada en silencio, porque no quieres despertar a nadie. Vendrían, preocupados por ti, pero no entenderían lo que te ocurre, y te sentirías todavía más solo, raro y desamparado. Y la culpa te ahogaría cuando vieras el dolor en las miradas desesperadas de quien te quiere, pero no sabe cómo ayudarte.

No entiendes porque te ocurre esto a ti.

¿Qué cojones he hecho para merecer esto? ¿Porque no puedo vivir en paz como todos los demás?

Y te sientes doblemente culpable, al reconocerte como el propio causante de tu sufrimiento. Antes no era así, sabes que has vivido libre en tu cabeza, que existía esa posibilidad, pero has perdido el camino de vuelta. Piensas que la vida es injusta, tú no has elegido esto ni sabes cómo librarte de ello.

Se te escurren lágrimas de rabia, sientes que ya no puedes más. Estas enfadado y triste, cansado, solo y atrapado en ti mismo.

Solo quieres rendirte.

Y, aun así, no puedes. No puedes permitir que tus miedos se hagan realidad, sería insoportable.

¿Qué puede ser más insoportable que esto? -Te preguntas.

Pero no puedes dejarlo estar.

Esta vida de sufrimiento no tiene ningún sentido. No quieres vivir una vida así. Quieres acabar con todo, y descansar.

Y sientes una pena abismal por incluso considerar esto.

Terminas durmiéndote de agotamiento, tarde en la noche, con las lágrimas secándose en tus mejillas.

Cuando despiertas por la mañana, disfrutas de un instante de paz. A medida que tu consciencia se aleja de los sueños y te trae de vuelta a tu habitación, tu mente esta vacía. Sientes ligereza, la tranquilidad de estar a salvo. Solo estás ahí, en ese remanso de paz que te regala el amanecer.

Y, entonces, recuerdas lo que te ocurre cada día. Recuerdas que hay cosas que te asustan y te asaltan de forma obsesiva, de las que no puedes huir. Y que lo único que tranquiliza brevemente tu ansiedad es enfrentarte a esos miedos, llevando a cabo los rituales y acciones que has ido adquiriendo con el paso del tiempo, a pesar de lo que te cansa hacerlos.

Una parte de ti sabe que nada de esto tiene sentido. Pero estas tan enterrado en ti mismo y tu mente tan confusa, que esa idea se pierde rápidamente.

Y así, reprendes la guerra contigo mismo.

¿Cómo he llegado a esto?

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